viernes, 11 de septiembre de 2009

Deshaciendo maletas

Cuando vuelvo de viaje, soy incapaz de deshacer la maleta. La arrincono, durante días en una esquina y voy sacando poco a poco cosas. Como si tuviera miedo de que al salir, se desintegrasen las vivencias y los recuerdos.


Las sandalias siguen teniendo restos del mármol de la Acrópolis, el pareo de la arena de Amarinthos. El polvo de Olimpia sigue pegado a mi camiseta y la magia de Delfos está escondida dentro de las páginas de un libro.


Los restos del viaje se amontonan desordenadamente en una esquina, esperando su momento para ser guardados en una caja junto con los recuerdos de otros viajes o deshechados sin más. Mapas, piedras, tarjetas, facturas, folletos... sólo eso, las fotos y la memoria es todo lo que queda.


Poco a poco la maleta se va deshaciendo, muy poco a poco volviendo las cosas a su lugar. Pero después de un viaje, nada es lo que era.


Después de ver Cranae, quizás entienda a Helena y a Paris. Siempre había estado al lado de los aqueos, pero quizás ahora me vuelva al lado de troyanos. Tras visitar Lepanto, Cervantes ya no es el autor del Quijote, es mucho más. La silueta del Peloponeso ya no es una hoja de parra en el Mediterráneo, es un plano lleno de carreteras, penínsulas, cabos, golfos... es más.

Heracles, Teseo, Ariadna... están en mi maleta. Esa maleta que sigue agazapada en su rincón, esperando a ser despedazada.

1 comentario:

el foliot rojo dijo...

Yo hago todo lo contrario, deshago la maleta nada más llegar, quizás para superar cuanto antes la nostalgia de que el viaje, esa vida inventada, se haya terminado.