miércoles, 1 de octubre de 2008

Provenza. Impresiones de otoño

Por la ventanilla del tren iban desfilando pequeños pueblos de la Provenza, típicamente mediterráneos. El color de las paredes de sus casas se confundía con la tierra, con la roca, y los postigos de sus ventanas, azules o verdes descoloridos, esconden los secretos de sus habitantes. Olivos, viento, pinos y vestigios de todos los pueblos que recorrieron el Mediterráneo y quisieron hacerse sus dueños siguen apareciendo detrás de los cristales del cochambroso tren que une Arlés con Marsella.

Echo de menos los campos de lavanda y el esplendor de los girasoles en julio, cuyos restos permanecen resecos en los campos muertos de sed. Pero a cambio, las aceitunas están en todo en su esplendor, esperando a ser recolectadas y en los restos de uvas en las vides semejan una ofrenda, como si los campesinos pagaran su diezmo a los miles de dioses que habitan estas tierras.

El mar, aún lejos de la vista, está siempre presente. Conchas fósiles en las rocas, otras veces entremezcladas entre el adobe y el cemento en las paredes de las casas, nos recuerdan estamos pisando el fondo del mar de otros tiempos.