miércoles, 3 de marzo de 2010

40 horas en Ginebra


El pasado fin de semana, por gentileza de Iberia, pude pasar unas 40 horas en Ginebra. Los planes no eran esos... deberíamos pasar al menos 24 horas más pero... ya se sabe, cuando una mariposa mueve un ala en el otro lado del mundo, los señores controladores españoles, que tan exiguo sueldo reciben, convierten este breve aleteo en un tema personal.

Obviaré los retrasos y enlaces que perdimos, así como la cena en Madrid cuando yo me estaba imaginando atacando una fonduee.... Olvidaré el cambio de slot de salida y me centraré en el destino.


Ginebra... enclavada en la embocadura del lago Leman, desde donde nace el Ródano para regar sus famosos vinos. Es una ciudad un poco "mentirosa", parece que tiene mar pero sólo es el lago. Rodeada de montañas y vigilada permanentemente por el Mont Blanc.

Es una ciudad con un equívoco aire francés e inequívoco italiano... y con una cocina internacional que merece la pena probar.


Tras nuestra llegada y acomodación en casa de mi sobrino, nos lanzamos a la calle a descubrir sus encantos.


La Vielle Ville es pequeñita y estupenda. Su catedral, con una mezcla de estilos increíble es una maravilla y desde sus torres se puede divisar todo el lago y, en días despejados, el mazico del Mont Blanc.


Para comer... miles de opciones:


- Una bière en la demi lune, un bar agradable cerquita del ayuntamiento.

- Comida italiana en un restaurante donde los camareros cantan y la comida es una delicia. Una pena, me he olvidado del nombre.

- Y para descansar, nada mejor que otra cerveza más en uno de los bares de moda de Ginebra. No recuerdo el nombre, pero está al lado del Alhambra. Fácil de encontrar. Y muy glamouroso.


Al día siguiente, tras la obligada visita al lago, a la catedral reformista (Calvino estuvo allí) y a la ortodoxa rusa (una pequeña joya en medio de la ciudad), al ayuntamiento -donde unos mosaicos cuentan la historia de Ginebra y unas cuantas subidas y bajadas... fue necesario volver a comer. ¿Dónde?

Una comida opípara en el Chez ma cuisine... Pollo de todas las formas imaginables (on y mange de poulet"), estupenda para reponer fuerzas y volver a la carga.

Para reposar la comida, visitamos el recién inaugurado Museo de Arte e Historia de Ginebra. Curioso, aunque prenscindible. También paseamos al lado del muro de los reformadores... pero esa parte de la Historia está bastante alejada de mi conocimiento.

Y como no hay tarde de domingo sin futbol,, cruzamos el puente del Mont Blanc y nos dirigimos a la otra parte de la ciudad, al Pub Pickwick. Curioso... decenas de ciudadanos de todo el mundo se juntan en este gigantesco pub para animar a su selección de criquet, de baloncesto, a su equipo de futbol de toda la vida, para ver la final de las olimpiadas de hokey sobre hielo... Creo que naturales de Ginebra (¿cuál su gentilicio?) no había nadie... de hecho, yo no oí hablar francés en toda la tarde. Yo creo que era la sede la ONU sin la cúpula de Barceló.

Tanta visita cultural y tanto deporte volvió a abrirnos el apetito. En esta ocasión, y dado que nuestra elección thai estaba cerrada, recurrimos de nuevo a la comida tradicional europea y optamos por la "Boucherie" buena carne regada con un buen bourdeos.

Las pocas horas disponibles de la mañana siguiente yo pretendía gastar mis ahorros en Cartier, Versace, Louis Vouiton, Rolex... pero.... decidí dejarlo para la siguiente ocasión.

Pocas horas sí... pero bien aprovechadas.



martes, 16 de febrero de 2010

Un invierno en Mallorca

No he pasado ningún invierno en Mallorca, como lo hizo George Sand con su amado Chopin, pero sí varios días en diferentes inviernos.

Un invierno en Mallorca es difícil de describir. Bonito y duro. Luz, frío y humedad. A veces, la nieve cubre la Tramuntana. Los turistas buscan un resquicio de verano en las terrazas, apurando los rayos de sol. Algunos pueblos parecen desiertos, mientras la ciudad se muestra más bulliciosa que nunca.

En la carretera de Valldemosa, los almendros se cubren de flores blancas y ofrecen una vista increíble, dan ganas de atraparlos para siempre en la retina.

Valldemosa en invierno. Casi desierta, te permite descubrir tranquilamente sus calles, sus tiendecitas, atisbar entre las cortinas para espiar la vida cotidiana. Y otros tantos pueblos, atestados de turistas en verano. Soller, tan encantador y tan extraño, aislado durante años, con sus construcciones modernistas y su valle de los naranjos, y Port de Soller... con su aire de viejo puerto pesquero a pesar del turismo. Alcudia, con sus murallas y sus restos romanos, la antigua Pollentia.

Sa Calobra y su torrent de Paradis. En este pequeño milagro de la naturaleza es posible perderse una mañana de febrero y dejarse llevar por el ruido del mar, sin otras voces, sin olor a bronceador, sin gritos ni sombrillas que laceren la arena.

El invierno en Mallorca te hace comprender porque tantas y tantas personas encontraron aquí su Ítaca. Robert Graves, el archiduque Luis Salvador de Austria, Miró, Rusiñol, Jovellanos -a su pesar- ... Aquí logras entender la luz de la obra de Barceló y el color de Joaquín Mir.

El invierno en Mallorca es una sobremesa con los amigos alrededor de los restos de una buena comida, es un paseo por el Born, es una visita a una sala de arte, es una tarde de cine y unas cañas y unas risas. Es un "vermú" en una terraza buscando unos rayos de sol y un arroz en Port des Canonges. El invierno son almendros, el olor de las naranjas casi recien cortadas y... desde ayer, también buñuelos.